dimecres, 14 de febrer del 2007

Democracia y cinismo

Columna publicada a Expansión


Los ciudadanos: El otro día, mi amiga L me recriminaba diciéndome que cómo es posible que –en sus palabras- la televisión pública haya pagado nosecuantos millones a Carmencita Martínez Bordiu por participar en un programa de televisión. R, maestra de profesión, me increpó pidiéndome cómo podíamos permitir que la escuela pública estuviera tan degradada. Y el señor J, llamó a la tertulia en la que participo los miércoles para preguntarme -con retintín- si había algún político pobre.

Ninguno, dije yo. Faltaría más! Y tampoco ninguno millonario. Respuesta cortante, reflejo de la incomodidad que supone tener que defenderse a uno mismo.

Que quede claro que no me quejo de que los ciudadanos vehiculen sus inquietudes a través de los que nos dedicamos formalmente a la política, faltaría más! En parte, para esto estamos y para esto nos pagan.

Pero esto no impide una reflexión más general y de una dimensión distinta. L mira cada lunes ‘Mira quien baila’, R hace veinte años que no prepara ni adapta sus clases y el President de la Generalitat gana una ínfima parte del sueldo del director de una gran empresa. Parece pues –y digo parece porque estos temas siempre son resbalosos- que la sociedad encarga a la política, a la escuela, a sus instituciones sociales en general, toda una serie de valores que ella misma no sólo no practica sino que muchas veces destruye.

¿Es normal este cinismo?

Los políticos: aquí es todavía más fácil encontrar ejemplos. Recientes, como el lamentable espectáculo dado por algunos dirigentes del PP en las grietas ocasionadas por las obras del AVE o más generales, como ver el número de promesas incumplidas por todos los partidos políticos cuando gobiernan o los falsos debates generados para y por su endogamia.

A veces pienso en mi abuelo, que vivió sus mejores cuarenta años en dictadura, y todo y ser un hombre extraordinariamente sensato e informado, opinaba rara vez y con poca contundencia. Se había formado en el miedo y en el desprecio a los suyos. La democracia nos trajo la libertad y con ella la voz. Pero no nos ha traído con la misma intensidad la responsabilidad…ni a unos, ni a otros; signo de la inmadurez de nuestra cultura democrática.

El descrédito de los políticos es un problema. Sí. Pero es un problema de todos, también de los ciudadanos. Porqué unos no son sin los otros, porqué unos también son el relejo de otros, porqué una unión nunca puede ser unilateral, por definición.

Para el bien de todos, tendríamos que hacer una especie de tabula rasa e intentar que los políticos traten a las personas como lo que son, adultos, y que por consiguiente los ciudadanos se sientan exigidos de responsabilidad hacia la esfera pública. Un pacto entre adultos, nada más, pero tampoco menos!