Tony Blair escogió un número redondo para anunciar su retirada definitiva: habían pasado 10 años y 10 días desde la victoria del New Labour, el 1 de Mayo de 1997. No tan redonda, sin embargo, ha sido su presidencia, que abandona definitivamente el próximo día 27. La larga sombra de la intervención en Irak, con sus inmoralidades, su ilegalidad y sus mentiras, planea implacable en el balance de su mandato. Es un hecho que Blair se despide con las cuotas de popularidad más bajas de su carrera política. Todo el mundo quiere verlo marchar: los ciudadanos, porque desconfían. La derecha, porque a pesar de todo aún le teme. Y los de su propio partido, porque han acabado aborreciéndole.
Los numerosos análisis que se han hecho estos meses atinan en resumir el éxito o fracaso de su presidencia en una balanza que contrapone Irak a la paz en el Ulster. Una balanza que necesariamente se inclina si tenemos en cuenta que la paz en Irlanda del norte ha sido una meta colectiva, iniciada bajo otros gobiernos y, en cambio, Irak ha sido una gesta en solitario cuya culpa comparte tan sólo con Bush y sus acólitos.
Pero la década de Blair ha significado y significa, para Europa y para el Reino Unido, cambios que van más allá del desastre de Irak. Es de recibo, pues, intentar hacer un balance de su presidencia en sus otras dimensiones. Veamos:
En primer lugar lo más obvio, el tiempo; y es que Blair ha conseguido estar en el cargo mucho más que cualquiera de sus antecesores de partido (Clement Attlee estuvo de 1945 a 1951 y Harold Wilson de 1964 a 1970 i de 1974 a 1976) igualando a los más longevos (Winston Churchill y Margaret Thatcher con 10 y 11 años respectivamente). Nunca un laborista había ganado tres elecciones consecutivas desde la creación del partido en 1900. En este sentido, Blair ha marcado una época.
En segundo lugar, el balance de las políticas. A Blair lo avala una magnifica gestión económica con un crecimiento sólido e ininterrumpido, un mercado laboral dinámico y unas finanzas públicas saneadas. También lo avala un notable incremento del gasto social, básicamente destinado a la mejora de los servicios públicos. Si en 1997 el gasto público representaba un 39% del PIB, en el 2004 llegó hasta el 41.2% del PIB. Según la OCDE, el Reino Unido ha sido el segundo país que más ha aumentado el gasto social en este periodo. Se ha apostado con fuerza por la reducción de la pobreza, sobretodo la infantil (más de 800.000 niños), se introdujo el salario mínimo, se han puesto en marcha programas para la promoción de la igualdad de género, ayudas para las familias -sobretodo para las madres solteras- y se ha fomentado desde varios ángulos una cultura activa del trabajo. La reforma constitucional ha sido la más importante de todo el S.XX, Escocia y Gales cuentan con asambleas propias, Irlanda del Norte acaba de empezar un nuevo gobierno con Paisley y McGuinness sentados en la misma mesa, la cámara de los Lores está en proceso de reforma para que sea más democrática y los Londinenses vieron restaurada su Asamblea y pudieron elegir directamente a su Alcalde. Hoy, Gran Bretaña, es un país más democrático, más moderno y con más prosperidad y bienestar para cada uno de sus ciudadanos y ciudadanas.
En tercer lugar, la redefinición del rol que el Reino Unido puede jugar en el mundo. Blair ha puesto sobre la mesa temas tan claves para todos como el calentamiento global, el problema de África o lo que el mismo llama intervencionismo liberal que dio sus frutos en Afganistán, Bosnia, Kosovo o Sierra Leona. Europa ha sido sin lugar a dudas su gran asignatura pendiente, y su más que probable sucesor, Brown, es conocido por ser todavía más euroescépctico. El rol de Gran Bretaña en la cumbre del tratado constitucional de esta semana confirman las peores sospechas. Pero la única cara positiva del desastre de Irak puede ser que paulatinamente el Reino Unido deje de practicar su política de ‘relacion especial’ con Estados Unidos y entienda de una vez que ‘más Europa’ es la única respuesta posible para contrarrestar la fuerza de la primera potencia mundial.
En cuarto lugar, el coraje. Rodeado desde el inicio de intelectuales y spin doctors, Blair ha querido poner siempre teoría a sus prácticas. La reforma de la socialdemocracia que se vino a llamar tercera vía era la concreción de una izquierda inmersa en el mundo global del S.XXI y también fue el intento de querer llamar a las cosas por su nombre. Sus slogans del ‘new deal’ o del ‘work for those who can and welfare for those who cannot’ han cambiado concepciones ancladas en las mentes británicas. Convendría tener en mente esa portada de periódico que afirmaba que el labour era un gobierno ‘more red than what they’ve said’ cuando es generalmente al revés y los gobiernos se proclaman más de izquierdas de lo que realmente practican. En Europa, dónde el discurso está encallado en el deber ser normativo y no en un discurso sin complejos, basado en las potencialidades del ser futuro, deberíamos todos aprender de esta falta de ambigüedad.
Y en último lugar, la política. Blair ha roto dos ‘maleficios’, por llamarlos de una manera muy metafórica. Primero, ha acabado con la práctica, absurda, de que ciertos temas como la seguridad o la familia eran propiedad de la derecha. Podemos estar más o menos de acuerdo con sus argumentos pero lo cierto es que ha entrado en todos los problemas sin dejar a los conservadores la exclusividad en ninguno. Y, más importante, no sólo ha devuelto al laborismo su competitividad, como partido ganador y creíble como gestor de los recursos públicos sino que ha conseguido darle la vuelta al tablero de juego y arrastrar el centro político hacia la izquierda. No debemos olvidar que en 1997 Gran Bretaña emergía de 18 años de Thatcherismo, 18 años que dejaron la red social y los servicios públicos devastados, 18 años dónde las diferencias entre los pocos privilegiados y el resto incrementaron notablemente, años dónde la peor retórica neoliberal era moneda de cambio. Hace poco más de una década la líder del partido Tory proclamaba que no existía tal cosa como la sociedad, sólo individuos y sus familias. Hoy, el líder del partido conservador entra en una carrera para ver quien destinará más recursos a sanidad y a educación. Y es justamente este cambio en la política el que a Blair, desde la izquierda, debemos no tan sólo reconocerle sino también agradecerle.
Los numerosos análisis que se han hecho estos meses atinan en resumir el éxito o fracaso de su presidencia en una balanza que contrapone Irak a la paz en el Ulster. Una balanza que necesariamente se inclina si tenemos en cuenta que la paz en Irlanda del norte ha sido una meta colectiva, iniciada bajo otros gobiernos y, en cambio, Irak ha sido una gesta en solitario cuya culpa comparte tan sólo con Bush y sus acólitos.
Pero la década de Blair ha significado y significa, para Europa y para el Reino Unido, cambios que van más allá del desastre de Irak. Es de recibo, pues, intentar hacer un balance de su presidencia en sus otras dimensiones. Veamos:
En primer lugar lo más obvio, el tiempo; y es que Blair ha conseguido estar en el cargo mucho más que cualquiera de sus antecesores de partido (Clement Attlee estuvo de 1945 a 1951 y Harold Wilson de 1964 a 1970 i de 1974 a 1976) igualando a los más longevos (Winston Churchill y Margaret Thatcher con 10 y 11 años respectivamente). Nunca un laborista había ganado tres elecciones consecutivas desde la creación del partido en 1900. En este sentido, Blair ha marcado una época.
En segundo lugar, el balance de las políticas. A Blair lo avala una magnifica gestión económica con un crecimiento sólido e ininterrumpido, un mercado laboral dinámico y unas finanzas públicas saneadas. También lo avala un notable incremento del gasto social, básicamente destinado a la mejora de los servicios públicos. Si en 1997 el gasto público representaba un 39% del PIB, en el 2004 llegó hasta el 41.2% del PIB. Según la OCDE, el Reino Unido ha sido el segundo país que más ha aumentado el gasto social en este periodo. Se ha apostado con fuerza por la reducción de la pobreza, sobretodo la infantil (más de 800.000 niños), se introdujo el salario mínimo, se han puesto en marcha programas para la promoción de la igualdad de género, ayudas para las familias -sobretodo para las madres solteras- y se ha fomentado desde varios ángulos una cultura activa del trabajo. La reforma constitucional ha sido la más importante de todo el S.XX, Escocia y Gales cuentan con asambleas propias, Irlanda del Norte acaba de empezar un nuevo gobierno con Paisley y McGuinness sentados en la misma mesa, la cámara de los Lores está en proceso de reforma para que sea más democrática y los Londinenses vieron restaurada su Asamblea y pudieron elegir directamente a su Alcalde. Hoy, Gran Bretaña, es un país más democrático, más moderno y con más prosperidad y bienestar para cada uno de sus ciudadanos y ciudadanas.
En tercer lugar, la redefinición del rol que el Reino Unido puede jugar en el mundo. Blair ha puesto sobre la mesa temas tan claves para todos como el calentamiento global, el problema de África o lo que el mismo llama intervencionismo liberal que dio sus frutos en Afganistán, Bosnia, Kosovo o Sierra Leona. Europa ha sido sin lugar a dudas su gran asignatura pendiente, y su más que probable sucesor, Brown, es conocido por ser todavía más euroescépctico. El rol de Gran Bretaña en la cumbre del tratado constitucional de esta semana confirman las peores sospechas. Pero la única cara positiva del desastre de Irak puede ser que paulatinamente el Reino Unido deje de practicar su política de ‘relacion especial’ con Estados Unidos y entienda de una vez que ‘más Europa’ es la única respuesta posible para contrarrestar la fuerza de la primera potencia mundial.
En cuarto lugar, el coraje. Rodeado desde el inicio de intelectuales y spin doctors, Blair ha querido poner siempre teoría a sus prácticas. La reforma de la socialdemocracia que se vino a llamar tercera vía era la concreción de una izquierda inmersa en el mundo global del S.XXI y también fue el intento de querer llamar a las cosas por su nombre. Sus slogans del ‘new deal’ o del ‘work for those who can and welfare for those who cannot’ han cambiado concepciones ancladas en las mentes británicas. Convendría tener en mente esa portada de periódico que afirmaba que el labour era un gobierno ‘more red than what they’ve said’ cuando es generalmente al revés y los gobiernos se proclaman más de izquierdas de lo que realmente practican. En Europa, dónde el discurso está encallado en el deber ser normativo y no en un discurso sin complejos, basado en las potencialidades del ser futuro, deberíamos todos aprender de esta falta de ambigüedad.
Y en último lugar, la política. Blair ha roto dos ‘maleficios’, por llamarlos de una manera muy metafórica. Primero, ha acabado con la práctica, absurda, de que ciertos temas como la seguridad o la familia eran propiedad de la derecha. Podemos estar más o menos de acuerdo con sus argumentos pero lo cierto es que ha entrado en todos los problemas sin dejar a los conservadores la exclusividad en ninguno. Y, más importante, no sólo ha devuelto al laborismo su competitividad, como partido ganador y creíble como gestor de los recursos públicos sino que ha conseguido darle la vuelta al tablero de juego y arrastrar el centro político hacia la izquierda. No debemos olvidar que en 1997 Gran Bretaña emergía de 18 años de Thatcherismo, 18 años que dejaron la red social y los servicios públicos devastados, 18 años dónde las diferencias entre los pocos privilegiados y el resto incrementaron notablemente, años dónde la peor retórica neoliberal era moneda de cambio. Hace poco más de una década la líder del partido Tory proclamaba que no existía tal cosa como la sociedad, sólo individuos y sus familias. Hoy, el líder del partido conservador entra en una carrera para ver quien destinará más recursos a sanidad y a educación. Y es justamente este cambio en la política el que a Blair, desde la izquierda, debemos no tan sólo reconocerle sino también agradecerle.